28 de febrero de 2011

encuentros en la tercera fase






























- Dichoso reloj - pensó. Una vez mas, las campanadas de la cercana iglesia le habían traído furtivamente a la vigilia pero deseaba tanto volver a entrar en el sueño. Lo que había visto en aquella onírica escena antes de ese precoz despertar lo había cautivado tanto que decidió concentrarse de la manera que solo él sabía para retornar a él... Y lo consiguió.

Volvió a esa luminosa habitación donde todo era blanco, las paredes, la cama con dosel, las sábanas, salvo un único color, el de dos cuerpos dorados, entrelazados y vibrantes que hacían el amor, el suyo propio y el de una bella mujer, a la que no podía reconocer. Deseaba tanto que fuera ella, no podía ser otra pero tenía que verla, así que fue rodeando la cama con el fin de encontrar su rostro pero cada vez que intentaba enfocarlo se interponía su larga melena. Al final decidió llamarla por su nombre y justo cuando ella iba a mirarlo resbaló con algo y cayó. Despertó en el suelo junto a su cama, solo y muerto de frío. Corrió a taparse y cerró los ojos intentando volver allí pero fue ya imposible, estaba demasiado despierto para ello.

En otro lugar una joven se despertó sudorosa y con la respiración entrecortada, no recordaba que había soñado pero se sentía bien. Al levantarse de la cama tropezó con algo, fue a cogerlo y se preguntó qué hacía el coche de juguete de su hijo allí a los pies de la cama. Dio gracias a Dios de no haberlo pisado. Quien sabe lo que podría haberle pasado.



20 de febrero de 2011

la niña de sus ojos






























Despertó envuelto en la oscuridad, desorientado, todo le daba vueltas y sentía un fuerte dolor de cabeza. Se sentó con esfuerzo y apenas alcanzó a adivinar, por la arena húmeda que encontró pegada en sus manos, que se hallaba en una playa. Un suave rumor conocido, pausado y lejano de unas olas tranquilas le confirmó lo que pensaba.
Intentó recordar algo, pero visitar su memoria le resultó doloroso por las punzadas que sentía en el interior de su cabeza, así que decidió dejarlo para mas tarde. Se estremeció ante la idea de haber sido atracado en aquel lugar desconocido y buscó apresuroso entre sus bolsillos, suspiró finalmente al comprobar que no, su cartera, sus llaves, su teléfono móvil, todo estaba en su sitio.
De repente oyó un ruido, miró hacia atrás y dio un sobresalto. Allí, surgida de la nada una niña le miraba fijamente. No supo que decirle, no se esperaba algo así. La niña le miraba a los ojos, de pie y sin mediar palabra, como esperando algo. Así permanecieron un tiempo, los dos en silencio, él sin saber qué decir, y ella esperando escuchar. Y las olas hablando al fondo.
Entonces la niña dio un paso adelante y le extendió una mano. Al principio pensó que su gesto era para ayudarle a levantarse pero se fijó en la mano y la palma miraba hacia arriba en un gesto que parecía sostener el aire.
-¿Me las dejas? - dijo ella en un susurro.
-¿El qué? - balbuceó él mientras ella cambiaba el gesto de su mano. Ahora apuntaba con el dedo en dirección a sus ojos.
-Las gafas de sol – dijo ahora con voz mas decidida.
El se llevó las manos a los ojos. Descubrió entonces que las llevaba puestas, como siempre, pensó, pero lo cierto es que no se había dado cuenta hasta entonces. Al quitárselas una luz muy fuerte lo cegó, sintió dolor en los ojos, pero también alivio, fue una sensación especial. Mil pensamientos pasaron por su mente en pocos segundos mientras se entregaba al incipiente sol del amanecer que lo enfocaba desafiante.
Y entonces, solo entonces... lo entendió todo.
Ahora si, le dio las gafas y ella se las puso jugando a ser mujer. A cambio, le regaló una sonrisa. 
Se giró al escuchar a un señor mayor que cargado con unas cañas de pescar, llamaba a gritos a la niña por su nombre. Cuando se volvió, la niña ya no estaba, y sus gafas tampoco. La vio entonces corriendo, jugando a bordear las olas por la orilla, feliz, sonriendo, imaginando.
Se puso en pie y pudo darse cuenta que le dolían ahora también todos los huesos. Estaba echo una piltrafa pero se sentía bien. Limpió la arena pegajosa que llenaba su ropa y se estiró como hacía cuando era niño cada vez que se levantaba por la mañana.
Consiguió ver un poco mas allá la botella vacía que ahora si, recordó como fugaz compañera. La cogió, y echó a andar con paso decidido. Pensó en todas las cosas que iba a hacer aquel día mientras sentía en su espalda el calor del sol que ya abandonaba el horizonte.
Al pasar por el contenedor, miró a la botella unos segundos, y como si se despidiera de ella, la dejó con cuidado, en un gesto casi sagrado, encima de una montaña de latas.
Oyó a lo lejos al abuelo de la niña que lo llamaba para devolverle las gafas. El le hizo un gesto de que no importaba.
Y a fin de cuentas era así.
Ya no las necesitaba.